Estimada Aurora,
mi nombre es Bruno y soy doctorando del CONICET, al igual que mi mujer, Mariana Canavese. Yo me dedico a Bolivia y a temáticas latinoamericanas y ella a la Historia de la ideas. Resulta que hace poco hicimos nuestra primera experiencia (soy un novel timonel) en Ilha Grande dado que allí tenemos un pequeño Alba 19 llamado gluskabe que mi papá adquirió recientemente porque retomó sus andanzas marineras. La experiencia nos resultó genial, tanto por esa naturaleza descomunal, tan bien exagerada, como por la peripecias no menores que -aprendí- son un elemento intrínseco a la lógica misma del navegar, y además mi mujer está ahora embarazada y esperamos un hijo. En mi caso (yo había tenido una pequeña experiencia de chico), y en el de ella un poco también, el navegar ahora me produjo una suerte de fundación subjetiva, de ya no ser el mismo de antes, de haber asumido esa especie de exigencia «navegar es preciso», que por trillada no es menos real. Cada tanto sigo tus relatos, y en el día de hoy estamos ambos un tanto abrumados armando papeles varios del CONICET y fue muy ameno encontrarnos con el relato de tu día. Eso fue lo perplejo, pensamos que vos estabas allá en el medio del agua, con una luna de anda a saber que intensidad, y nosotros acá en el medio de Buenos Aires, y sin embargo podía existir cierta conexión (que ciertamente el auspicio del celular hace efectivo claro está). Nos resultó agradable saber que habías encontrado galletitas de coco, e imaginamos el valor que podían tener, es que en nuestro barco -aunque en condiciones de seguro más amables pero que nuestra inexperiencia las tornaban no menos inquietantes- un buen alimento era una buena señal. En su momento, al volver, fantasee con alguna vez cruzar el atlántico, y entonces tu experiencia suma fuerzas, así que te enviamos las nuestras para que te sea agradable el periplo. Un abrazo, Bruno y Mariana