Un día Aurora Canessa decidió dejar todo de lado para recorrer el mundo arriba de un velero. En un año y dos meses visitó seis países y se convirtió en la primera mujer del mundo en cruzar el Océano Atlántico.
Muchas personas sueñan con tomarse un año sabático, recorrer el mundo. Viajar, explorar, sin límites ni ataduras. Pero siempre están los pretextos. Si tuviera mi casa propia o un millón de dólares, si fuese más joven, si no tuviera familia, si, si, si… La mente se acobarda cuando no se la deja volar. Pero Aurora Canessa, una navegante de 67 años que timoneó su primer velero hace casi tres décadas, nunca se acobardó.
Su aventura comenzó un día de 1992 en que embarcó hacia las Islas Malvinas. Ahí atravesó vientos de 120 kilómetros por hora y olas de diez metros. Llegó a Puerto Argentino, diez años después de la guerra. A la vuelta, navegando de noche, se preguntó: «¿Y ahora que?». Pensó cuál era su deseo más profundo y se dijo a sí misma que iba a cruzar el Océano Atlántico. Con paciencia y tenacidad, dedicó los siguientes 18 años a preparar su recorrido desde el Puerto de Olivos hasta Portugal. Una travesía que la inscribiría en la historia como la primera mujer del mundo en ir de un continente a otro sola, en un velero.
– ¿Cómo te preparaste para este viaje?
– Estuve cinco años antes de viajar haciendo reiki y mucha meditación. Además, tuve que armar mi estructura económica. Me esforcé día a día para lograrlo. Y también tuve suerte, se fueron acomodando las cosas como para que pudiera hacer esto.
Aurora vive en el octavo piso de un edificio que está en el Puerto de Olivos. Desde su ventana se puede ver el sitio donde partió el 17 de abril del 2010. La imagen es adecuada para indagar sobre los detalles de su viaje.
– ¿Cuánto tardaste en cruzar el océano?
Un año y 77 días. Llegué el 3 de julio a Cascais, Portugal. Empecé por Piriápolis, Uruguay. Luego seguí a La Paloma. Y ya desde ahí despaché directamente a Río Grande do Sul, Brasil. De ahí empecé a subir sin prisa ni pausa. Yo no conocía los puertos de Brasil y me daba pavor llegar de noche, así que, me anoté en un crucero, que es un grupo de navegantes que se juntan para ir subiendo. Eran 40 barcos llenos de varones y yo. La pase bárbaro.
Entre esos varones estaba el hombre que hoy es su pareja. Ella reconoce que se enamoró como si hubiera tenido 20 años. En Fernando de Noronha se separaron. Él volvió a Buenos Aires y le pidió a Aurora que no cruzara, pero ella le contestó: «No me pidas que elija, después del cruce te entrego mi vida». Avanzó hasta Martinica, y desde ahí siguió subiendo hasta la isla de Saint Marteen. Debía llegar a Bermudas, que era donde se preparaba para hacer el tramo final del cruce.
– ¿Cómo siguió el viaje desde allí?
– Cuando yo estoy partiendo de Saint Marteen, no sé cómo, estalla la prensa. Salió una nota en Clarín y a partir de eso me empezaron a llamar de diarios, revistas, radios. Me sirvió muchísimo, porque me dio difusión. Una chica de Mendoza, llamada Roberta, vio las notas y consiguió el número de mi teléfono satelital. Nos empezamos a hablar y me vino bárbaro el contacto. Yo estaba llegando a Bermudas de noche, la llamé y ella me dijo: «Aurora, la guardia costera dice que tenés que esperar en altamar porque ingresar a oscuras es peligrosísimo por los arrecifes», así que baje mis velas y esperé. Si no hubiese hablado con Roberta, hubiera entrado.
– Antes de llegar te agarró una tormenta, ¿no?
– Sí, una semana de temporal tuve el peor de todo el viaje. Llega un momento en que en el medio del Océano Atlántico vos decís «no soy nada». Con esas olas, ese viento…y el barquito mío era golpeado, no una vez, cientos, miles de veces durante una semana. Día y noche. Escuchás el crujir del barco y temblás.
– Te habrán tocado noches sin luna, ¿cómo eran?
-Una noche sin luna, nublada y sin estrellas es un pozo negro. Eso es verdaderamente impresionante. No ves nada, igualmente no tuve miedo.
-¿Qué cosas te impresionaron?
-Lo primero fue el temporal que pasé antes de llegar a Bermudas, el ruido que hacía el barco cuando las olas rompían. Lo segundo fue el palo, que hacía como un latigazo, pensaba que se me venía en banda. Y lo tercero fue que yo tenía que estar acostada en el piso cuando había tormenta y pensaba que el piso del barco es de diez centímetros, eso era lo que me separaba de cuatro mil metros de océano profundo. Escuchaba como pasaba el agua por debajo mío.
Aurora se define así misma como un ser libre, autodidacta, autosuficiente y económicamente independiente. Sabe lo que quiere y quién es. No estaba dispuesta a abandonar su misión por nada en el mundo. Aunque no faltaron los inconvenientes. Cuando estaba en Brasil, se enteró que el contador de su empresa de mensajería y una empleada habían cometido un error, y tenía que pagar una deuda de 80 mil dólares.
– Con esta deuda no podía terminar mi viaje, así que pensé con qué podía hacer un capital rápidamente. Le vendí mi casa de Olivos a un amigo. Hice todo desde allá.
– ¿Hubo algún otro momento crítico?
– Sí, cuando me quedé sin motor y sin viento en el triángulo de las Bermudas. No tenía propulsión, fue un momento muy duro.
– ¿El mito del triángulo de las Bermudas es cierto?
– No sé que pasa, pero a mí todos los instrumentos me giraban, yo no sabía dónde estaba el norte, el barco se me viraba para el sur, el compás giraba, el GPS también. La veleta daba vueltas y no había viento. Entonces, bajé las velas y esperé.
El motor lo pude arreglar después de dos días mientras un amigo me daba las indicaciones por teléfono. De ahí seguí hasta la isla de Azores y después sí, a la costa de Portugal.
– Estabas en el medio de la nada, ¿qué se te pasaba por la cabeza?
– Cuando estaba cruzando de Bermudas a Azores me pasó algo maravilloso. Una mañana desperté y amaneció con el sol radiante, el mar tendido. Un cielo azul. El barco navegando suavemente y de golpe aparecen delfines y pensé: «Esto es mágico». Por ese momento había valido la pena el viaje. De golpe todo es más lindo, una felicidad, una paz, una entrega. Ahí cambió todo. Empecé a disfrutar cada momento.
– Y ahora, ¿tenés pensado otro viaje?
– En diciembre vamos a ir navegando con el barco de Horacio, mi novio, hasta Brasil. Y en junio del año próximo tengo que ir a buscar mi velero, que quedó en Portugal, y recorreremos el Mediterráneo.
Mientras emprende una nueva aventura, esta vez en el plano amoroso, Aurora Canessa afirma que su viaje le sirvió para entender que lo material no es importante. Como moraleja, está convencida de que se puede trazar un paralelismo entre la vida y el mar. «Vivir es improvisar, dejar fluir. Como cuando navegás», concluye.
Alejandro Skerjanc, Ludmila Pacholuk. Magdalena Medina y Facundo Guastavino
Estudiantes de tercer año de la carrera de Periodismo en ETER. Esta nota fue escrita en la materia Agencia.
ETER Agencia
Alejandro Skerjanc, Ludmila Pacholuk. Magdalena Medina y Facundo Guastavino
Estudiantes de tercer año de la carrera de Periodismo en ETER. Esta nota fue escrita en la materia Agencia